Capítulo 6: El Ginkgo

            Hoy es el día: es el día de color del ginkgo que veo desde mi ventana. Color amarillo denso, rotundo y generoso, algo dorado, algo verdoso... es muy difícil describir un color,  me estoy dando cuenta. Como  ya lo preveía,  ayer por la tarde, con la luz cobriza tan especial del sol poniente, hice una foto. Ya sé que es casi imposible conseguir captar ese momento: el momento de la tarde y de la luz, el momento del color del ginkgo, el momento del año, el del tiempo de la vida del árbol y de la mía. Ese momento imposible de repetir, tratando de detenerlo.

            Ahora sí, el color amarillo es un flash de luz sobre el resto de verdes que pasan a tener un papel de telón, de mera comparsa que acompaña la belleza de la estampa que la Naturaleza ha compuesto; Y aunque la disposición del arbolado es artificial yo misma he intentado esos contrastes muchas veces– el momento que viven los árboles cada año es un fenómeno de la Naturaleza ante el que no puedo dejar de maravillarme por más que sepa que va a volver a repetirse, que es una estampa cíclica y esperada, pero al mismo tiempo nueva y única para quien se detiene a mirarla cada vez.
            Los verdes del resto del arbolado son bastante uniformes; han desaparecido las manchas marrones de los hongos en los cipreses; las casuarinas siguen con los extremos de sus ramillas marrón-dorado, y tanto los almeces como los chopos del fondo no han acabado de desprenderse de su hoja. Aun así, ya se puede adivinar su estructura leñosa por debajo de las hojas que aún les quedan: algo abarquilladas y de un tono verde-amarillento, pero sin un color claramente definido.
            En este clima, en el que el frío invernal no es persistente y tampoco extremo, el otoño no trae contrastes rotundos de color en los árboles. Más al norte, las choperas y los hayedos se vuelven de  todos los colores al llegar los fríos. ¡Y no digamos los tonos rojos de los arces! Como eso no sucede aquí, si encontramos un árbol como el Ginkgo biloba que todos los años nos regala su color amarillo antes de despojarse de las hojas, lo valoramos más y podemos sentirnos afortunados por mirarlo.

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